La indiferencia al Nobel de Dylan
por Máximo Redondo
La Academia Sueca se cansó de buscarlo y de intentar comunicarse con los teléfonos de Bob. El profeta del rock rebelde, cantautor estadounidense veterano al que le concedieron el premio por su poesía y sus canciones, le importa un bledo el Nobel y el show-business que lo rodea. Se caga en las instituciones y, tal vez sin quererlo, les escupe el asado y evita chuparles las medias (a pesar de que casi con seguridad depositarán un millón de dólares correspondiente al premio en su cuenta bancaria). Judío, gangoso, malhumorado, Dylan siempre fue una marca registrada, un ícono de una generación hippona que gozó de la admiración del mismo John Lennon, y que es inspiración de millones de cantantes en la cultura occidental. Ahora, viejo, carcomido por la disipación y el dolce far niente, lo quieren sacar de nuevo a pasear como a una estrella pop y eso le rompe soberanmente las pelotas. Y lo bien que hace Bob en no contestarle el teléfono a la Academia. Y mejor todavía, que eluda cualquier entrevista en grandes cadenas que celebren su conquista. El mundo belicista, capitalista y asqueroso que él denunció se encuentra mucho peor que en su época de oro, y encima ahora lo premian como uno de sus representantes. ¡Que se vayan al carajo! ¡Bravo por Bob, por su indiferencia! Ya a su edad no puede salir a protestar, pero bien sabe que la cosa apesta, y prefiere permanecer en su departamento de Nueva York leyendo, escuchando música o buscando inspiración en la noche vacía.