Huevos al LavaJato, cocinados a lo Odebrecht

Mientras el golpista Temer continúa firme a pesar de su bajísima popularidad o apoyo (rayano en el 7% de la población), instaurando un neoesclavismo y neocolonialismo sin maquillajes democráticos, elevando dramáticamente los indicadores de pobreza y desempleo que años de lulismo habían conseguido revertir, volviendo a una situación muy similar a la que vivió Brasil durante la dictadura y en la salida de Collor de Melo; las coimas pagadas por Odebrecht, castigadas por Estados Unidos, están manchando y jodiendo bastante la estabilidad política de los países de Sudamérica, excepto en Bolivia, donde Evo Morales ha cambiado la mentalidad de los dirigentes bolivianos, y la república bolivariana de Venezuela, que directamente debe afrontar las embestidas furiosas de guarimberos y golpistas, dirigidos por un tal Luis Almagro o el ya libre Leopoldo López, o el prófugo Oscar Pérez que se robó un helicóptero para burlarse del “régimen”, como lo llaman los canallas de envergadura. Esto, en el marco de supuestas campañas o arremetidas contra la corrupción –dirigidas por cipayos y empleados de la CIA como los jueces Moro en Brasil y Bonadío en Argentina-, que no son otra cosa que el arma no militar que está utilizando el imperio –además de la mediática, que cada vez se torna más sutil y venenosa, con periodistas tan mercenarios como los miembros de ISIS, acostumbrados a los degollamientos-, para someter y mantener en orden su “patio trasero”. Y no sólo eso, tanto Temer como su amigo Macri se dan el lujo de exportar principios éticos y se ufanan ante el mundo de que son abanderados de la transparencia y la pulcritud en el manejo de los erarios públicos, siendo los cabecillas de sendas bandas de saqueadores que literalmente, hacen realidad lo que endilgan a sus adversarios: “se están robando el país” o “se robaron todo”. Para ocultar sus maniobras, no se cansan de estigmatizar y construir estereotipos estúpidos. Los grandes “coimeros”, presos en Estados Unidos, tienen la llave para encarcelar a todos los gobiernos de la región (incluidos los de Centroamérica), ellos saben que quedarán a salvo. Las cadenas, círculos o ciclos de coimas pagadas sistemáticamente por Odebrecht quedaron engrampadas en las débiles democracias latinoamericanas, que están ahora agarradas del puño de estos empresarios brasileños, grandes corruptores y hacedores del golpes de estado en Brasil y aledaños, quienes hoy parecen decidir sobre nuestro destino. Todo comenzó con Petrobrás, siguió con LavaJato y nadie sabe dónde va a terminar. Peor que los evangelistas, el mundo empresarial brasileño está chocho, en su salsa, y van a poder imponer pronto los regímenes de trabajo soñados por sus ancestros explotadores y esclavistas. Dueños del narcotráfico, de la creencia en Dios o Lemanjá, del monopolio de las armas, y de las tierras esquilmadas a los campesinos y millones de desheredados que deambulan por el país en el cual el lema ha dejado de ser “tristeza nao tem fin”, porque lo que no tiene fin aquí es el empobrecimiento y la necedad de un pueblo subyugado. La última piedra sobre la tumba de Brasil caerá si se confirma la condena al bueno de Lula: así de simples son las cosas en el gigante sudamericano.

 

Firma: Máximo Redondo

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