Las generaciones de hombres
Esta vez fue proclamado un gobernador,
cuando todo lo que pudo venir a buscar a New Hampshire eran
recuerdos ancestrales que podrían sobrevenir.
Y aquellos de nombre Stark se juntaron en Bow,
un pueblo rocoso donde la agricultura había caído,
y florecían brotes de tierra donde el hacha se había ido.
Alguién había corrido literalmente la tierra
en un viejo agujero de bodega junto a la carretera,
el origen de toda la familia allí.
Desde entonces brotaron, tan numerosos como una tribu
que ahora ni todas las casas abandonadas en el pueblo
podrían cambiar para albergarlos sin la ayuda
aquí y allá de algún propietario de arboleda y huerto.
Estaban en Bow, pero eso no era suficiente:
nada podían hacer salvo arreglar un día
para pararse juntos en el borde del cráter
que los retornaría al mundo, e intentar sondear
el pasado y sacar alguna extrañeza de él.
Pero la lluvia arruinó todo. El día comenzó incierto,
con nubes bajas arrastrándose y momentos de lluvia salpicados
Los jóvenes se alentaban y se daban esperanza mutuamente,
hasta bien entrado el mediodía cuando la tormenta se estableció
con un chasquido en el pasto.
“Qué si los otros están allí” dijeron. “No va a llover”.
Sólo uno de una granja cercana recorrió ese lugar,
sin esperar encontrar a nadie salvo ociosidad.
Uno, y otro, sí, porque eran dos.
La segunda vuelta al camino curvo de la colina era una chica,
y se detuvo de alguna manera para reconocer,
y luego se animó a cruzar y ver quién era él,
y quizás escuchar alguna palabra sobre el tiempo.
Era algún Stark que no conocía. El asintió.
“No hay fiesta hoy” dijo él.
“Parece que sí”.
Ella barrió los cielos girando sobre su talón.
“Sólo estoy holgazaneando”
“Me quedé dormido”.
La provisión estaba allí para aquel encuentro de primos extraños,
en un árbol familiar dibujado en una especie de pasaporte
con la rama de uno sosteniéndolo en detalle,
el laborioso dispositivo de alguien celoso.
Ella hizo un movimiento súbito hacia su corpiño,
como alguien que agarra su corazón. Se rieron juntos.
“¿Stark?” preguntó él. “No importa la prueba”.
“Sí, Stark. ¿Y usted?”
“Soy Stark”. Mostró su pasaporte.
“Sabes que podríamos no ser, y aún ser primos:
el pueblo está lleno de Chases, Lowes y Baileys,
todos clamando alguna prioridad en Dureza.
Mi madre fue una Lane, podría haberse casado con cualquiera en la tierra
y aún sus hijos hubiesen sido Starks, y sin dudas aquí, hoy”.
“Te confundes con tu genealogía como una Viola. No te sigo”.
“Sólo quería decir que mi madre fue una Stark varias veces,
y al casarse con padre no hizo más que devolvernos el nombre”.
“No debería ser arrojado en la confusión
por una simple declaración de relacionamiento,
pero ciertamente lo que dices hace girar mi cabeza.
Toma mi tarjeta, pareces tan buena para algunas cosas
y veré si puedes reconocer nuestro primazgo.
¿Por qué no nos sentamos aquí en la puerta de la bodega
y dejamos colgando nuestros pies entre las viñas de frambuesa?”
“Bajo el refugio del árbol familiar”.
“Sólo eso debería ser suficiente protección”.
“No de la lluvia. Creo que va a llover”.
“Está lloviendo”.
“No, se está nublando, seamos justos.
¿A ti te parece que la lluvia refresca tus ojos?”
La situación era así: la carretera se arqueaba afuera en la montaña,
yendo hacia arriba, y desaparecía y terminaba no muy lejos.
Nadie iba a su casa de ese modo. La única casa
más allá de donde estaban era un silo destartalado
y por debajo gemía un arroyo oculto por los árboles,
cuyo sonido era silencio para el lugar.
De este modo él se sentó hasta que ella dio su juicio.
“Del lado del padre, parece, somos, dejame ver…”
“No seas tan técnica. Tienes tres tarjetas”.
“Cuatro tarjetas, una tuya, tres mías,
una por cada rama de la familia Stark de la cual soy miembro”.
“Sabes que una persona tan vinculada a sí misma se supone que está loca”
“Puedo estar loca”.
“Pareces, sentada aquí afuera en la lluvia
estudiando la genealogía conmigo,
a quien nunca habías visto antes.
¿Qué es lo que obtendremos con todo este orgullo de los ancestros, nosotros los Yanquis?
Creo que todos estamos locos.
Dime por qué estamos aquí,
atraídos en la ciudad, merodeando este agujero de bodega
como gansos salvajes en un lago antes de la tormenta,
qué es lo que vemos en un agujero como éste, me pregunto”.
“Los indios tenían un mito de Chicamoztoc,
que significa las Siete Cuevas de las que hemos salido.
Este es el foso donde nosotros, los Starks, fuimos cavados”.
“Debes haber aprendido. ¿Eso es lo que ves en él?”
“¿Y tú qué ves?”
“Sí, ¿qué veo? Primero dejame ver. Veo viñas de frambuesa…”
“Oh, si vas a usar tus ojos, sólo escucha lo que veo.
Es un chico muy pequeño, tan pálido y sombrío como la llama de un fósforo en el sol,
Está a tientas en la bodega por mermelada,
piensa que está oscuro e inundado con la luz del día”.
“No es nada. Escucha.
Cuando me inclino así puedo distinguir al viejo Abuelo Stark perfectamente,
con su pipa en su boca y su jarra marrón,
Dios te bendiga, no es el Abuelo Stark, es la Abuela,
pero la pipa está allí, y fumando, y la jarra.
Está buscando sidra, la vieja chica, está sedienta,
aquí esperando que tome su trago y salga a salvo”.
“Cuéntame de ella. ¿Se parece a mí?”
“Debería, o no, tú desciendes de ella por muchas generaciones.
Creo que sí se parece a ti. Quédate como estás.
La nariz es la misma, y el mentón, hacen una semblanza,
una justa semblanza”.
“¡Tú, pobre, querida, gran, gran Abuela!”
“Mira qué tienes su misma grandeza. No la escatimes”.
“Sí, es importante, aunque pienses que no lo sea.
No quiero ser molestada. Pero mira cuán mojada estoy”.
“Sí, deberías irte, no podemos quedarnos aquí para siempre.
Pero espera hasta que te dé una mano.
La perla de una gota de plata,
más o menos colgada en tu pelo no herirá tus miradas de verano.
Quería intentar algo con el ruido
que el arroyo eleva en el valle vacío.
Hemos visto visiones, ahora consultemos las voces.
Algo que debí aprender andando en trenes cuando era joven.
Usaba el estruendo para armar las voces que hablaban de él,
hablando o cantando, y la banda de música tocando.
Quizás tú tienes el arte de lo que quiero decir.
Nunca he escuchado entre sonidos
que un arroyo haga un descenso tan salvaje,
debería dar un oráculo más puro”.
“Es como si lanzaras una imagen a la pantalla:
el significado de todo sale de ti,
las voces te dan lo que deseas oír”.
“Extrañamente, es cualquier cosa que deseen dar”.
“Entonces no sé. Debe ser suficiente extraño.
Me pregunto si no es tu hacer creer”.
“¿Qué crees que te gustaría escuchar hoy?”
“En el sentido de que estamos juntos,
¿pero por qué tomar tiempo para lo que me gustaría escuchar?
Te diré lo que las voces realmente dicen.
Estarás muy bien justo allí donde estás por un rato más.
No debería sentirme muy apurada,
o no podré entregarme a escuchar las voces”.
“¿Es éste un trance en el que te estás retirando?
“Debes quedarte quieta, no deberías hablar”.
“Difícilmente podré respirar”.
“Las voces parecen decir…”
“Estoy esperando”.
“¡No! Las voces parecen decir:
llama a su Nausicaa, la intrépida de
un conocido en forma aventurera”.
“Te permitiré decir que, en consideración”.
“No veo muy bien cómo puedes ayudarlo.
Quieres la verdad. Yo sólo hablo por las voces.
Ves que saben que nunca tuve tu nombre,
aún con lo que un nombre podría significar entre nosotros…”
“Debería sospechar…”
“Sé bueno. Las voces dicen:
llama a su Nausicaa, y toma un madero
que deberías encontrar carbonizado en la bodega entre las frambuesas,
y lábralo y dale la forma de un picaporte u otra pieza de rincón
en una nueva cabaña en el antiguo lugar.
La vida aún no ha salido toda de allí.
Y ven y haz de ella tu vivienda de verano,
y tal vez ella venga, aún intrépida,
y se siente delante de ti en la puerta abierta,
con flores en su falda hasta que se desvanezcan,
pero no vengas a través del umbral sagrado…”
“Me preguntó hacia dónde se orienta tu oráculo.
Puedes ver que hay algo equivocado con él,
o debería hablar en dialecto.
¿Qué voz pretende estar hablando?
No la del Abuelo ni seguramente tampoco la de la Abuela.
Llama a alguno de ellos.
Tienen el mejor derecho a ser escuchados en este lugar”.
“Pareces tan partidaria de nuestra gran abuela
(nueve veces retirada. Corrígeme si me equivoco.)
Pareces dispuesta a tomar como sagrada cualquier cosa que ella diga
pero déjame advertirte,
la gente de sus días solía hablar llano.
¿Crees que podrás tentarla a esta hora?”
“Descansa siempre con nosotros para cortarla”.
“Entonces bien, es la Abuela la que está hablando:”
“¡No lo sé! Puede que esté equivocada al tomarlo como lo haría yo.
Sin embargo, no hay nombres como los viejos,
ni nunca los habrá para mi modo de pensar.
Uno no debería soportar tanto de los recién venidos,
pero hay un poco de que varios de ellos buscan el comfort.
Me sentiría más aliviada si pudiera ver
más de la sal con la que serán salados.
Hijo, ¡haz como te han dicho!
Toma el madero, es como el sonido,
como el día cuando es cortado, y comienza de nuevo…”
Allí, ella mejor se detuvo.
“Aunque has podido ver lo que es la problemática Abuela.
¿Pero no crees que a veces hacemos demasiado de los viejos?
Lo que cuenta son los ideales,
Y aquellos sostendrán el mantenerse vivo”.
“Puedo ver que vamos a ser buenos amigos”.
“Me gusta tu ‘vamos a ser’”.
“Recién dijiste que va a llover”.
“Lo sé, y estuvo lloviendo.
Te permito decir todo eso pero debo irme ahora”.
“¿Tú me dejaste decirlo, en consideración?
¿Cómo debería decir adiós en tal caso?”
“¿Cómo deberíamos?”
“¿Me dejarás el modo a mí?”
“No, no confío en tus ojos. Has dicho demasiado.
Ahora dame tu mano. Recógeme aquella flor”.
“¿Dónde nos encontraremos de nuevo?”
“En ningún lugar excepto aquí
una vez más antes de que nos encontremos en cualquier parte”.
“¿En la lluvia?”
“Debería ser en la lluvia. Alguna vez en la lluvia.
En la lluvia de mañana, ¿deberíamos, si llueve?
Pero deberíamos, en la luz del sol”.
Y ella se fue.