XXXI. La historia de Baruj Espinosa
dedicada a Carlos Salvador Bilardo
Una vez aposentados en el hotel Castilla La Vieja, Ariel llamó a Norma para chequear si todo andaba bien en su hogar. Ella le juró que no había salido con el titular de Cirrosis III, que todas las noches soñaba con él y se acordaba de su cálido afecto, de lo dichosos que habían sido con el yonqui australiano.
-Ya el próximo viaje me vas a acompañar –le prometió Ariel.
Las habitaciones del hotel eran frescas y disponían de todas las comodidades que puede requerir un académico de la Cirrosis: bar, computadora, sábanas limpias, inciensos varios, etc. Así que se juntaron en la pieza de Espinosa a platicar y compartir unas cervezas y jereces. Entonces, con el sol añejo entrando por la ventana e iluminando la cama del ex contable, diseminando sus rayos la pureza del cosmos, se pusieron a hablar y a Ariel se le ocurrió que debía registrar las cosas que le contaba don Baruj.
-Yo tuve diferentes oficios en mi vida, hasta fui director técnico de fútbol, que es algo que sé gusta mucho a los argentinos.
-Sí, yo soy hincha de Sacachispas, es un equipo chico de la cuarta división.
-¡Qué va, pues aguántalo con amor y pasión!
-La Cirrosis me lo impide por ahora pero pronto iré a verlo.
-En mi juventud jugué en Torremolinons, el equipo de mi pueblo. En un partido me rompieron la rodilla y ese mismo día decidí que quería ser director técnico, pese a la oposición de mis familiares y amigos. Era joven y tenía energía suficiente para cumplir mis propósitos. Fui a la escuela, estudié y me dieron un diploma habilitante para dirigir partidos oficiales. Al principio me contrató el Torremolinos, como una compensación por la rotura de mi rodilla. Sabes que me operaron y me la dejaron como nueva para que me pudiera mover a mi antojo junto a la línea de cal que bordea el campo de juego. Los primeros años hicimos campañas épicas y fabulosas. Ya con mi nombre solo amedrentábamos a nuestros rivales. Baruj Espinosa les daba la impresión de un mago invencible, de un conocedor de las debilidades de sus defensas, de las flaquezas más íntimas de sus mecanismos tácticos. Nuestra hinchada confeccionó banderas con mi rostro y mi nombre que desplegaban a lo largo y ancho de las tribunas, entonando cánticos que elogiaban mi sagacidad y coraje. Estos éxitos llamaron la atención de empresarios de equipos de primera división que vinieron a verme a mi casa y me ofrecieron la conducción del Rayo Vallecano. No creerás que por mi nombre yo soy judío, nada de eso, tampoco domino la cábala ni me interesan cuestiones místicas. MI papá me lo puso en homenaje a un prestamista que lo aconsejó en asuntos de la Bolsa. De todos modos, para mí es un orgullo que me confundan con el filósofo de ideas geométricas y pensamiento revolucionario. A algunas personas, cuando dicen Baruj Espinosa, les queda un gusto de materia sagrada en la boca, de haber proununciado unas palabras mágicas y elevadas. Además, cada simpleza que largo es recogida con respeto y admiración. Por ejemplo, «en los tiros de esquina tienen que subir los defensores a cabecear». O en el vestuario, cuando veo que se quedan hablando de cualquier tema les digo «¿no se dan cuenta de que el lenguaje es una cárcel?». Cada cual tiene su filosofía futbolística que se transmite mejor con un pizarrón y brindándoles apoyo psicológico a los jugadores.
Una nube interrumpe la penetración del sol. Tocan a la puerta del cuarto de Espinosa. Es una camarera oscura de formas firmes y bien definidas, de un cuello largo adornado con una cinta roja. Portaba una bandeja con whisky, cubetera y vasos. Ariel la invitó a quedarse, a permanecer unidos por un rato inmemorial.
-No puedo señor. Tengo que estar en la recepción, aburrida y soportando las miradas de los botones babosos.
-Pero seguramente después podremos salir a pasear por el cementerio, sentir a Quevedo dentro de nuestros cuerpos.
-Por supuesto, señor –dijo la morena, retirándose sensualmente, haciendo oscilar su minifalda blanca.
Don Baruj retomó su relato:
-Para la época en que asumí la dirección del Rayo conocí a mi mujer, una chica parecida a la camarera por más que no lo puedas creer. Me rodeaban de atenciones y placeres, me alquilaron un departamento en el barrio de Maravillas y yo no quería dejarme marear por el éxito, quería conservar los modales y costumbres primitivas de los habitantes de Torremolinos. Los primeros partidos fueron complicados, enfrentábamos escuadras poderosas, con presupuestos millonarios. Rescatamos un punto sobre doce en las cuatro primeras fechas. Las presiones del fútbol profesional comenzaron a roerme el ánimo y elegí recurrir al alcohol para tolerarlas. Acudía a los entrenamientos preocupado, estudiaba los movimientos de nuestros rivales, trataba de explotar las virtudes de mis pupilos pero los delanteros no embocaban el arco, no la metían ni por casualidad. Sólo me sosegaba con el arribo de cajones de cerveza y partidas de vino de mi pueblo. Hasta que un día, en la mitad de un partido disputadísimo, se acercó un fiscal al banco de suplentes y me quiso sacar un porrón que estaba degustando mientras observaba las trayectorias de la pelota, el tratamiento que le daban los jugadores. Como yo no quise soltarlo, llamó a dos policías y les ordenó que me arrestaran por no sé qué maldita contravención.
-En Argentina también está prohibido combinar el fútbol con el alcohol –dijo Ariel.
-Pues a mí me parece una tontería brutal. El mejor puntero derecho de la historia, Garrincha, fue un alcohólico tenaz. La cuestión es que me arruinó la carrera, los dirigentes del Rayo me echaron sin pagarme la menor indemnización, desprestigiándome por completo el periodismo vernáculo. Así pasó la leyenda de Baruj Espinosa por las canchas. Después de eso decidí cambiar de rubro y me inscribí en una escuela de ciencias contables. Mi mujer se fue con un moro y dejé el alcohol hasta el día que me jubilé, en el que comencé a reencontrarme con viejos amores. Pienso volver a Torremolinos para sacar al equipo que está atravesando un momento malísimo, y en eso estoy pues.
Fin de la Universidad del Ocio y la Desocupación