XII.1. La graduación
Pepe Santillán estaba por afrontar el último examen de su carrera ante la mesa de Religión, presidida por García, Iglesias y Carlos. Mientras revolvían sus cafés conversaban sobre el cambio del sentido del tiempo, en cuanto era la mañana y cada uno rememoraba sus experiencias nocturnas.
-Mi alumna parecía una puta profesional, y sus senos eran grandes, generosos, los probé bien con mi lengua narcotizada por ese té que preparó Francisco –dijo García.
-¿Adentro o afuera del sueño, profesor? Sus labios aún conservan el color del vino –le dijo Carlos.
-Con todo el movimiento que requirió poseer a las hetairas ni pudimos lavarnos los dientes. Nos dejaron fundidos, y cuando nos levantamos, ya era tarde para venir hacia acá –se excusó el cura.
De hecho, Pepe, impaciente, andaba de un lado a otro del aula, fijando los conceptos esenciales de sus teorías religiosas en su memoria, clavándolos como si usara la dureza de sus propios dientes. Luego de ingerir el café, Carlos convidó a los catedráticos con unas pastillas de menta.
-No vayan a alterar la percepción olfativa de nuestro alumno ejemplar, que puede verse perturbado, equivocarse de Dios y decir cualquier guarrada –dijo el rector.
-Pepe es un gran concedor del alcohol, y su catolicismo es bastante flexible, no creo que le moleste el vino –dijo Iglesias.
-Antes eran más recatados ustedes, me parece que el profesor Francisco los está ablandando –dijo Carlos.
-¿Y usted, qué hizo? –le preguntó García, atisbando los desplazamientos ansiosos de Pepe, oyendo sus gruñidos intimidatorios.
Los preceptores procuraban contenerlo afirmando que faltaba poco, era sólo que los docentes estaban ultimando detalles.
-¿Yo? Ustedes saben que me divorcié hace poco, que estoy atravesando una feliz soltería. También estuve con una chica, pero de la agencia de Paraguay y Esmeralda. Con alumnas prefiero no meterme, y me parece inmoral.
-Por supuesto –dijo García.
-Así es –aseguró Iglesias con gestos de contrición.
El rector tomó el acta y llamó solemnemente a Pepe.
-Tome asiento, por favor.
-Hola –dijo Santillán.
-Bueno –dijo García-, cuéntenos el tema que ha preparado.
-Bien, es el agnosticismo posmoderno, sus características y paradigmas.
-¿Eso no es algo medio difuso? –preguntó Iglesias.
-A mí me resulta concreto, tiene cierta fluidez pero la estupidez, por ejemplo, típico rasgo de la posmodernidad agnóstica, tiene una consistencia y una solidez impresionantes –adujo Pepe.
El tiempo avanzó precipitadamente durante la toma del examen. Los profesores se relajaron con las descripciones que hizo el educando del narcisismo imperante en la contemporaneidad, de los productos artificiales, químicos y cosméticos, que son reverenciados como íconos de belleza y salud, como lo prueban los rankings de los más sexys u otro tipo de competencia desagradable, donde se muestra la asquerosidad del alma humana en todo su esplendor. Pepe, con escasa ilación, se refirió a las iglesias electrónicas y evangélicas, a las cuales no les importaban las decisiones papales. De ahí al agnosticismo posmoderno había un paso.
La lógica de Pepe no era tan errada, cada vez que culminaba un pasaje importante de su Tesis de Religión Posmoderna, observaba con ferocidad a sus examinadores, subrayando que su mismo cuerpo estaba comprometido con sus teorías. Lo suyo no era la típica cháchara tonta de los diputados y funcionarios públicos, e iba más allá de su liderazgo estudiantil. Se dirigía al núcleo del sistema, a las estructuras del capitalismo, no como un agente del FBI renegado, al estilo de Bin Laden, sino como un hombre cuerdo e inteligente que ve la corrupción y la miseria hasta el hartazgo, y entonces entiende que se debe pasar a la acción, cortar una cuantas cabezas y ejercer el dominio de la sociedad con la fuerza de los dientes, con toda la animalidad que surja del pecho.
-En definitiva, el agnosticismo posmoderno es una cagada inefable, coherente con los principios horrendos de la globalización. Las auténticas religiones son las orientales, cosa que Nietzsche demostró con amplitud. El superhombre será aquel Desocupado y Ocioso que, como Cristo, logre revertir no sólo su propio destino sino el de la humanidad entera.
Pepe se echó atrás y se apoyó en el respaldo de la silla, posando sus manos tras su nuca, en una actitud satisfecha. Carlos miró a los curas gallegos y ambos enarcaron las cejas. Cuchicheó un rato con ellos. Finalmente decidieron ponerle un siete. Le dieron la mano a Pepe y firmaron el acta. El resto de los alumnos comenzó a aplaudir y se armó un pequeño alboroto en la puerta del aula, donde los admiradores de Santillán pugnaban por obtener un saludo o un guiño cómplice del primer Desocupado del país. Primero estaba la familia, que lo rodeó colmándolo de besos y caricias bastante efusivas que le dejaron desgarraduras en el rostro. Su mujer era una linda puta veterana, de las que gozan domando potros. Tenía el porte de vedette venida a menos, una adorable boca y un trasero singular. Los hijos de la pareja jugaban al rugby, reduciéndose sus ambiciones a eso: ser buenos y convertirse en rugbiers profesionales, de selección. La hijita era una caprichosa que se metió entre las piernas de Pepe, y se aferraba a ellas en un juego de cariño extremo. En el entrevero de la puerta se habían apostado dos periodistas histéricos con micrófonos y ropa moderna. Mientras lo reporteaban a Pepe se le veían gotas de sangre surcar sus pómulos, mezclándose con el sudor y las lágrimas producidas por su triunfal graduación. Carlos dio un breve y gracioso discurso, palmeó a Pepe en el traste y golpeó suavemente el diploma sobre su pelada. Las cámaras registraron el evento como si se tratase del casamiento de alguna celebridad. Pepe les aulló a los periodistas y les arrebató las cámaras, revoleándolas luego hacia la mesa de examen. Era una advertencia de que no andaría con pequeñeces. Planeaba echar a todos los agentes del neoliberalismo de los medios de comunicación, no iba a quedar nadie, y le daría entonces trabajo a toda la gente de Alí.
No, ahora iría más allá de ese grupo de corporaciones que pretenden ser un reflejo de la realidad, quería desestructurar el sistema, que cayeran las grandes empresas a partir de nuevos valores que se instaurarán como el patriotismo, la rebeldía ante los monopolios y los organismos de crédito internacionales. Todo aquello era una gran locura que se le había ocurrido a Pepe en el laboratorio de Fernando. Una de las tantas verdades que inspiraba el paisaje que bordeaba a la terraza: simples edificios interrumpidos por cables y palomas, las sirenas nerviosas de los policías, las bromas de los jóvenes vagos de clases acomodadas, podían revelarlas, descubrir cosas esenciales e inmortales.
Los bolivianos no docentes sabotearon la labor de los periodistas y los arrastraron hasta la puerta de la Universidad. Ahí sí filmaron libremente la salida de Pepe, quien los eludió con una rápida escabullida al camión de la Corriente Clasista y Combativa que partió hacia la Plaza de Mayo a armar una carpa de protesta contra la indigencia y hacer campaña por la Desocupación y el Ocio, para que el pueblo los conozca de verdad y se acaben las políticas hipócritas de los gobiernos.