IV.

Fausto era conciente de que se estaba formando como un indio intelectual. Cuando acudió a la parroquia del mismo cura que le había enseñado a escribir a su hermana, impulsado por el tedio y el aburrimiento que insuflaban en su ánimo las tardes totoranianas, se dio cuenta de que sus ideas eran erráticas. Los blancos tenían cierta sensibilidad para la lengua y la poesía. El tal Marx le resultaba interesantísimo. El cura, apellidado Puñal, le había dado para leer a los más notables escritores del Siglo de Oro español. Y Fausto, verdaderamente, se maravilló con sus palabras y su sabiduría.

-¡Qué increíblemente gracioso es Cervantes! –le comentó Fausto al maestro Puñal.

-¿Has visto, hijo? Es hermoso, si conocieras España…

-Me voy a presentar a un concurso literario, padre, y con lo que dan de premio podré viajar a Europa.

-¡Oh, estás muy confiado!

-Lo siento en mi cabeza y en mi alma, yo nací para ser escritor.

-¿Dónde te presentarás?

-En Oruro, lo organizan la Universidad y el Municipio.

-¿Y sobre qué vas a escribir?

-Algo novedoso, que va a cautivar a los jurados.

-No conviene que hables de política.

-No se preocupe.

-Me encantaría leerlo.

-Todavía lo estoy pergeñando…

-Bueno, hijo, ya sabes, cualquier duda idiomática que tengas puedes consultármela. Eres uno de mis mejores pupilos y quiero protegerte.

Fausto abrazó al padre y salió de la parroquia sin reparar en los feligreses que oraban o se santiguaban. El podía declararle abiertamente al padre Puñal que el cristianismo era una religión mal parida, que sus colegas eran babosos o enajenados, y que habiendo adquirido el don de la escritura no podía permitir que se engañe a su pueblo con las hazañas y milagros de santurrones y pusilánimes. Si no podía incluir algo de política, sus ideas se podrían expresar en un idioma religioso e instintivo que sólo sabrán interpretar los hombres de su pueblo que, en definitiva, eran quienes tenían que decidir el rumbo de su destino.

Llegó a su casa, ordenó las cuartillas que había traído de la parroquia, vertió la tinta en el tintero, cogió la pluma y escribió:

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