III.

Transcurrieron seis meses en que Fausto se dedicó a jugar y filosofar con sus hermanas. Tenía más afinidades con Kilka, aunque con Yanawara también mantenía intercambios de ideas interesantes. Había llegado el Chaku, y toda la comunidad estaba planificando los festejos, los actos de magia y quiméricos a realizar, el vestuario y los manjares. Las llamas, vicuñas y alpacas seleccionadas para el sacrificio estaban siendo arreadas hacia los altares, los Apus sagrados del pueblo.

Huaman Reinaga había coordinado y encabezado la ceremonia de la coca. Fausto presenció desde las primeras filas cómo el sacerdote Cuchufo regó la tierra con la sangre del corazón palpitante de un macho marrón, ofreciéndolo como prenda al sol. La voz del sacerdote era firme y serena, y declamaba lo siguiente:

-Busca tú, Huaman, héroe de la coca y de la ganadería, al Urcuchillay rojo y llévalo ante el templo de nuestro Dios tutelar. La comunidad te lo agradecerá y no nos faltarán alimentos por un año.

Su joven asistente, dirigiéndose a los brujos-verdugos, añadió con un tono más plañidero:

-No vayan a matar a una hembra, podrían caer grandes desgracias, hambrunas y la llegada de más hombres blancos.

Un grupo de doncellas, aprendices de sacerdotisas, se dedicaron a trasquilar la lana marrón, bella y lustrosa, del macho cuya carne se estaba asando al palo, despidiendo un aroma tentador. El maestro de los brujos-verdugos enseñaba a sus pupilos a seleccionar a los auquénidos más enfermos,.advirtiéndoles:

-No se olviden de trozar la carne y ofrecerla a los zorros y cóndores.

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