Estancia granadina
Granada es grata y jovial, amistosa y orgullosa. Los gitanos y los jóvenes andaluces borrachos o punkies que la habitan no alcanzan a alterar su armonía. Ni siquiera los miles de visitantes que arriban a diario, y llenan la Alhambra de ruidos y flashes, logran arruinar mi estadía en la ciudad. Sobresale la elegancia y el porte de los granadinos, la presencia e insinuación del mundo árabe que vende su cultura a la par de sus baratijas. Los gritos de los mercaderes tienen una gran musicalidad. Las mujeres suelen implorar al cielo, ya sea para pedir que llueva o que salga el sol, para echar una maldición o una bendición a sus parientes y vecinos.
Después de Lorca, Granada se ha quedado coja y manca, y luce sus esplendores como un héroe de guerra, baldado, sus medallas. El poeta es un caso típico de gentil caballero, de ser humano inspirado e inquieto, ansioso por canalizar su sexualidad revulsiva. Aún emociona leerlo y sus palabras conducen a un estremecimiento interior. Brindo por su poesía y abomino a sus asesinos.
España está llena de contradicciones, y Andalucía es una de ellas, porque Lucía no anda, y luce los estragos de la depradación irracional, tanto del franquismo como del capitalismo rajoyano. El hecho de que sea una monarquía republicana no asegura unidad o sentido patriótico. En esta comunidad andaluza hay muchos políticos pero ninguno contribuye al orden social ni tiene deseos de suicidarse. Por lo tanto, el desfalco y la farsa se perpetúan.
Paramos en un lugar donde somos espiados por ancianos ociosos, que miran la TV a todo volumen durante todo el día. Aquí no se puede ir al baño tranquilo. Hay una vigilancia constante de buenas costumbres, religiosidad y terquedad. Hoy estuvimos con personas buñuelescas, que encaran la vida como si fuera una quimera, livianamente. Viejos de narices larguísimas o carcomidas por alimañas, venenos o vinos especiales. Charlar con ellos no tiene precio, sus historias son tan divertidas como estrafalarias. Uno de ellos, llamado Ildefonso, nos contó que recorrió en moto toda Europa, y que el país donde la gente vive de manera más despreocupada es Albania. «Allí no existe el turismo: todo es auténtico y se pelea por el sustento con fragor.» Ildefonso fuma muchísimo y tose con vehemencia: la suya es una tos que parece fulminante, ronca y quejumbrosa. Interrumpe su discurso, pide disculpas y continúa:
Los gitanos dominan allí los mercados, se emborrachan y vomitan a gusto. No existe en la zona un sistema de recolección de basura porque la población tiene conciencia ecológica y recicla todos sus desechos, hasta los más putrefactos. Son resistentes y se bañan con agua fría hasta en el más crudo invierno, sin que se les ponga la piel de gallina. Yo iba con mi guitarra y les pelaba unas canciones flamencas que los maravillaban. Finalmente le vendí mi moto a un carnicero. Ya estaba cansado de viajar derecho y recalar en países raros. Me quedé en Tirana trabajando en un club nocturno, encargado de la taquilla y controlando el comportamiento de los concurrentes. El dueño del club llegó a tomarme tanto aprecio que me concedía tragos, droga y mujeres gratis. Las albanesas son dulces y querendonas, insistentes en cuestiones de amor. Tuve cinco hijos que ahora viven en Turquía. Antes de morirme pienso ir a visitarlos.».
-¿Y su mujer? –le preguntó Leila
-Cada uno tiene una madre distinta, de diferente raza, pero ellos son muy unidos. Allí creo que tienen varios puestos en un mercado donde venden chucherías. Dos de mis esposas murieron en tontos accidentes domésticos, otras dos consiguieron maridos respetables y la última simplemente desapareció. El día que ocurrió eso decidí retornar a España. Deje al crío con una tía y cogí un autobús para Rumania. Ese es otro país que me encantó.