II. La primera clase

Al descender del colectivo, el titular de la cátedra de Cirrosis recordaba el contexto en el que había conseguido el puesto. El destino se había mostrado generoso y estaba reconstituyendo su posición social. Las matronas de su pensión no le creyeron que lo habían nombrado como profesor de una prestigiosa universidad. Eran obcecadas y lo consideraban un vago irrecuperable, de aquellos que mueren olvidados y solos, sin un sucio peso para pagarse el entierro. «Pronto deberán reconocer que soy un genio» –se dijo Francisco con un fuerte orgullo recorriéndole la piel. Contento, compró cigarrillos en un kiosko con un billete que le había sacado a Paulina, su negra amante. El hecho de ser un profesional de la educación no impedía que continuara realizando algunas acciones delictivas menores, lo cual le posibilitaba mantenerse y adquirir bebidas alcohólicas de mediana calidad. Hasta que cobrase el primer sueldo faltaban todavía quince días… El profesor encendió un cigarrillo y caminó hasta una librería donde encargó fotocopias para distribuir entre sus alumnos. Eran textos elementales de su materia que abarcaban campos disciplinarios como el aguante a la bebida, pueblos y bebedores ilustres, fórmulas para resistir la resaca, el alcohol laboral o cómo puede ayudar su ingestión a la obtención de un empleo, etc. Este último tema se le había ocurrido al analizar su propio caso, y había mucha bibliografía al respecto (Malcolm Lowry, Charles Baudelaire, Charles Bukowski, etc.). Seleccionar escritores favoritos era para él una pavada. Afuera, la calle estaba ocupada por jóvenes entusiastas que se reencontraban luego de un período de vacaciones. Se comunicaban a los gritos, contándose hazañas veraniegas o especulando sobre la orientación que le darían a sus carreras. Algunos pretendían incorporar a la Licenciatura en Ocio y Desocupación la especialización de Masturbador Compulsivo mas Carlos no accedía a aprobar semejante proyecto.

-Es una indignidad. El pajerismo no es una rama de la Desocupación sino una simple perversión de la naturaleza humana –argumentaba el decano.

Francisco, con las fotocopias bajo el brazo, atravesó los grupos de alumnos fisgando el porte de las jóvenes más atractivas. Los estudiantes contemplaron con miradas simpáticas, acompañando su paso medio rengo. Adentro de la universidad los pasillos estaban atiborrados. Bedeles apurados corrían de un aula a otra. Delante de la cartelera principal se amontonaban cientos de estudiantes que verificaban si habían sido inscriptos correctamente. Distintas agrupaciones políticas, Piqueteros, Mesas de Desnutridos y representantes de vendedores ambulantes se parapetaban en todos los pisos para distribuir volantes que denunciaban las atrocidades de la globalización y sus guerras. Esto impresionó hondamente a Francisco, quien se detuvo a charlar con el portero de la universidad.

-Buenos días, ¿usted sabe dónde queda la sala de profesores? –preguntó el titular de Cirrosis.

El portero, quera un hombre bajo y pelado, de labios y anteojos gruesos, nariz chata y orejas salientes, contestó:

-En el segundo piso, a la izquierda, subiendo por la escalera central.

Sin comprender la indicación del portero, Francisco dijo:

-¡Qué acalorados vienen los pibes ahora!

-Es un infierno.

-Sí, hombre, el problema es escaparle al fuego.

-Es una universidad muy nueva, aún no mataron a nadie aquí.

-Y está bien cuidada –dijo Francisco.

El portero interpretó este comentario como un elogio y replicó:

-Usted tiene pinta de profe, ¿no es cierto?

-Así es, la Cirrosis es lo mío.

-Uuuy, para eso hay que saber mucho –dijo el portero.

-¿Cómo se llama usted?

-Jesús.

-Hasta pronto, Jesús. Con usted en la puerta nadie se atreverá a hacer quilombo.

Francisco giró y buscó la escalera central. El cigarrillo le había secado la garganta y anhelaba tomar algo fresco. Pronto divisó un baño. Se metió y bebió agua de la canilla. El espejo reflejaba la imagen de un profesor seguro y sensato. Se secó el rostro con un papel delgado que quedó en parte pegoteado a sus dedos. Se volvió a mojar para despegarlos y salió salpicando gotas al suelo. Perdió la ubicación de la escalera central y se introdujo en un amplio ascensor que lo condujo al tercer piso. Allí el pasillo estaba atestado de estudiantes y un piquetero disertaba por un megáfono haciendo un barullo impresionante. Francisco se escabulló por una estrecha escalera lateral, bajó un piso e irrumpió en un pasillo extremadamente iluminado, apenas habitado por un par de estudiantes errabundos e inseguros de la carrera que habían elegido. Franciso lo notó e interpeló a uno alto y bien trajeado que paseaba muy ensimismado.

-Disculpe, ¿me podría decir dónde está la sala de profesores?

El estudiante respondió moviendo la cabeza mecánicamente hacia el fondo del pasillo, se dio vuelta y prosiguió su camino con inquietante andar. Por fin dio con la sala al distinguir la voz de Carlos que arengaba a su plantel docente.

-Compañeros, hoy damos inicio al primer ciclo lectivo de nuestra Universidad. Ante el vacío que había en el campo de la enseñanza del Ocio y la Desocupación, nacemos para otorgarle excelencia a dos disciplinas de alto valor e incidencia en la vida social de los pueblos de todo el orbe, que han sido desdeñadas por el saber académico tradicional. En las charlas que sostuvimos en privado les pinté en forma precisa cuáles eran nuestros objetivos principales al implantar una Universidad de estas características: no hace falta que aquí me refiera a ellos. Está todo en sus manos, en su desreza para inculcar a nuestros jóvenes valores que les den el espíritu necesario para realizar la revolución que anda necesitando nuestra sociedad.

El rector carraspeó al ver ingresar a Francisco. Algunos profesores se rascaban sus molleras, otros miraban sus relojes, fumando o pensando en cosas muy diferentes a las que proponía Carlos. El titular de Licores, un joven pelilargo de sobresaliente nariz, labios finos y sonrisa siempre abierta, descorchó un vino y se mandó un gran trago, tras lo cual convidó su botella a los presentes.

-Por el inicio de una nueva era en el sistema educativo argentino –exclamó su ayudante de cátedra, un hombre alto y mayor, apuesto y de andar erguido, que era muy aplicado y responsable con todo lo referente al material de estudio de su materia, tomando el vino de la manaza de dedos flacos de su jefe.

Francisco concretó una amistad inmediata con el joven que regía la cátedra de Licores y fueron a tomar algo que les calentara la garganta en el bar de la Universidad. Luego revisó una bibliografía cómodamente sentado en un límpido y fragante inodoro. Tuvo tiempo de leer un pequeño texto de su colega y lo evaluó digno de un gran profesor en su materia. Compartiendo un vino con su autor aguardó el momento de presentarse a sus alumnos. Llegó al aula diez minutos tarde para que los estudiantes pudieran intimar. Más que la transmisión de conocimientos, importaba en sus clases que la sensibilidad de los participantes estuviera a flor de piel. Los contenidos de la materia exigían una disposición especial de los estudiantes a absorber el saber exclusivamente con el corazón, la mente no intervenía para nada en el proceso de aprendizaje. El cigarrillo pegado a su boca destilaba un aroma agrio y picante, de esos sabores que encantan más por su intensidad que por el puro placer, por la delicia que empalaga al esteta… Bajo el brazo cargaba el profesor un libro de Bukowski mal traducido. Todos esos hechos convergían en un instante, mientras caminaba hacia el escritorio de los profesores: una mesa sencilla y austera, pringosa de café, migas e invadida por la caspa del plantel docente, por sus mocos y saliva, de esas salivas arduas que se escapan de la boca cuando uno debe ganarse el pan con el santo oficio de la educación. Francisco detuvo su erecta marcha, apoyó el libro en la mesa y enfrentó a su auditorio estudiantil.

-Hola, no sé si ya me conocen, soy el profesor titular de Cirrosis y van a tener que aguantarme durante un año en el que llevaremos a cabo experiencias inolvidables.

Todos lo miraban atentos, aferrando lapiceras y sosteniendo cuadernos donde apuntar los conceptos fundamentales de la materia. Francisco hizo una pausa larga, se rascaba el cuello y procuraba ordenar un discurso coherente en su cabeza.

-Esto es algo que no se puede tomar en joda, es muy delicado, estamos en una Universidad que busca abrirles los ojos a los estudiantes, y a través de ellos, a la sociedad. El proyecto de Carlos Carrera puede llegar a representar la liberación de varios pueblos. El ocio y la desocupación serán comprendidos en su real magnitud; el trabajo, la maldición que cayó sobre la tierra gracias a los pecados de los hombres, desaparecerá. Estamos inmersos en un alucinante lugar en medio de la educación superior nacional, que se encuentra tan desorientada que ha adoptado prácticas de altas casas de estudio privadas, de infames objetivos, acordes con los intereses de las castas dominantes de la sociedad. Por supuesto, les aclaro que soy marxista para que no discutamos chiquilinadas en clase. Y ustedes están palpando lo que les digo, es algo real. Es una verdad esencial de la Cirrosis: el vino abre infinitas posibilidades a la existencia.

Francisco deambulaba de un lado al otro del aula, recorriendo los pasillos que se formaban entre los pupitres de los estudiantes, paseando su voz por todos los rincones del auditorio, expandiendo sus vahos de conocimiento cirrótico, demostrando que era un genio en la materia, un revolucionario y pionero de la nueva ciencia nacional. Alcanzaban los alumnos a captar y aprehender varios conceptos trascendentes. Francisco lo percibía y esto le producía un profundo regocijo a su alma. No quería confundirse: estar contento con el trabajo implicaba una traición a su ociosidad militante, a su mismo currículum, por el cual fue elegido por su querido amigo. Entonces lanzó un regüeldo que le sirvió para subrayar los siguientes principios básicos de la Cirrosis:

-No hay que tenerle pavor al vómito, siempre termina siendo refrescante y renovador. Se debe concurrir a todas las fiestas posibles, abarcar lo máximo del sexo, evitar las dorgas que entorpecen los efectos del alcohol puro, de la quintaesencia de Dios.

Francisco se explayaba.

-Esto van a tardar en asimilarlo, les cuesta mucho a la razón y a la conciencia adaptarse a la influencia de la Cirrosis. Sé que no es fácil y que tendrán un montón de preguntas para hacerme.

El profesor vio que una joven rubia, bonita y simpática, alzaba la mano afanosa.

-¡Sí, decíme! –le dijo con la mirada viscosa.

-Cada vez que pienso en un vómito me da un asco instantáneo. Por ejemplo, el otro día ví a una amiga vomitar y me hizo sentir tan mal que terminé vomitando yo en el baño de mi casa, agarrada penosamente al inodoro. Eso es irremediable y no lo voy a superar. Son cosas irrefutables de la naturaleza… -se despachó la linda alumna.

-No te creas, el cuerpo aprende a arrojar y expulsar con deleite aquello que lo está envenenando. No es más que una purificación. En ese sentido, nuestra materia se acerca bastante a los ritos de cualquier religión formalizada. Y lo que hacemos nosotros no son fantochadas y simulaciones como las de ellos, consisten en una auténtica entrega de cuerpo y alma, de esas que se producen en los amores donde la química es perfecta.

La clase fluyó en forma cándida y aleccionadora. Lentamente los estudiantes aprendieron algunas nociones de Cirrosis, conformándose las expectativas de Francisco, diluida su inquietud por su debut académico. Respondió a todas las preguntas con excelsa sabiduría, despejó las dudas más apremiantes que planteaban los jóvenes, dejándolos anonadados con sus salidas y los repentinos rayos de luz que irradiaban sus cigarrillos baratos.

Durante la jornada inaugural el rector acudió a todas las aulas para constatar que todo se desarrollaba en armonía, que no había profesores díscolos en su plantel que siguieran estrategias didácticas tradicionales o enseñaran programas caducos. Así inspeccionaba por su propia cuenta el devenir de su Universidad. Intervino en la clase de Francisco para contarles a los estudiantes la vieja amistad que lo unía al titular de Cirrosis.

-… y de esa manera nos encontramos, después de tantos años, en un bar que vende unos churrasquitos buenísimos…

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