Glasgow
-¿Querés decir en Escocia? –me preguntó él.
-Voy a enviar algunos poemas allí –dije.
-¿Tienen revistas allí? –preguntó.
-Sí –contesté-, hay escritores y revistas en todos lados, hasta tu madre es una escritora y su culo es grande y hermoso.
-Esperá un minuto –dijo él.
Esperé un minuto.
-Te puedo llevar –dijo.
-¿A dónde? –pregunté.
-Adonde quieras –dijo él.
-No hay entre nosotros sino espacio –dije-, y si querés cerrar este espacio, depende de vos.
-Tenés una boca grande –dijo él.
-Y tu madre tiene un culo grande –dije yo.
-¿Por qué seguís hablando del culo de mi madre? –preguntó.
-Porque es todo lo que puedo ver de ella cuando la veo –contesté.
-No quieren tu trabajo en Escocia –dijo él-, no les gustará y a mí tampoco me gusta.
Estábamos sentados en una mesa en la playa, en una ventosa tarde de martes, tomando cerveza. Ambos éramos escritores pero él no era tan buen escritor como yo y eso lo jodía. Entonces su madre vino hacia nuestra mesa y se sentó con nosotros. Había estado en el baño de mujeres.
-María –le dije-, voy a enviar algunos poemas a Escocia.
-Pidamos más cerveza –dijo ella.
Ubiqué al mozo, vino y pedí tres cervezas más. María escupió en el suelo y luego encendió un cigarrillo.
-María –dije-, ¿nadie te dijo que tenés ojos hermosos? Brillan como faros en la niebla.
-¿Sí? –dijo ella.
-Ma –dijo el otro escritor-, no le creas nada de lo que diga.
-Pero sí le creo –dijo ella.
-María –dije yo-, también tenés un culo muy hermoso.
-Y vos tenés una cara de hiena –dijo ella.
-Gracias María.
Era una tarde ventosa e inútil. Las gaviotas estaban hambrientas y enojadas, circulaban graznando, aterrizaban en la arena, recogían cosas incomibles y luego las soltaban, elevándose de vuelta, volando, terriblemente hermosas, de un modo casi irreal. Yo todavía tenía medio sandwich de pollo pendiente. Lo lancé por la ventana y los pájaros fueron por él. El mar continuaba batiendo y los peces nadando. Estábamos sentados allí con nuestros zapatos y nuestra ropa puestos, y yo era mejor escritor que él pero eso no era demasiado y en verdad no importaba. Entonces María derramó su cerveza en su falda, se paró y se limpió con una servilleta. Y entonces ví todo su culo de nuevo mientras las olas rugían, sentado allí con mi erección más grande desde 1968.