Exceso de tequila – Capítulo 24
-Ahí tenemos muchos parientes. El ambiente de Cholula es infame. Allí los mexicas hacen entuertos horribles. Allanan casuchas de indefensos cholulanos para embargar sus menesterosas pertenencias. Estos, que antes eran templados y amigables, se han tornado estúpidos y maleables. Ayudaron a Mocte en una guerra que ya mató cincuenta mil hombres. No te acompañaremos hasta la Ciudad Tramposa. Acamparemos en los terrenos linderos -dijo el cacique Joven.
La memoria de Malintzin era prodigiosa, capaz de recordar veinticuatro proposiciones consecutivas de seis oradores tlascaltecas distintos, todos los detalles que Xicotenga remarcaba respecto de la decadente condición de los cholulanos.
-Son fatuidades. Te respeto, querido cacique, pero nuestra ruta ya no se puede modificar. Nuestro Señor nos indica el rumbo. Espera mi mensaje para atacar. Quizás se rindan pacíficamente -tradujo Aguilar la consideración de Cortés.
Al amanecer del doce de octubre de mil y quinientos diez y nueve, muchos corredores de la Empresa se adelantaron a recorrer el Popocatepétl. Olmedo reparó en que se cumplían veintisiete años del desembarco Colonizador.
-Hoy tienen que llegar las botijas que solicité a Escalante. Tal vez lo festejemos con una buena misa -dijo el capitán.
Desayunaban en su oficina los clérigos y lugartenientes. Las esclavas habían dispuesto una extena mesa sostenida por caballetes de piedra. El menú se componía de infusiones tlascaltecas con rosquillas de maíz. Alvarado y Bernardino Vázquez de Tapia se pararon al unísono. Don Pedro le habló al capitán:
-Hemos concertado con Bernardino que sería una magnífica idea lanzar unas bombardas a Tenochtitlán. ¿Podemos llevarnos cuarenta jinetes pertrechados?
Cortés dejó de masticar una gruesa tortilla (había pedido un plato especial a las cocineras) y le consultó la respuesta a su traductora encinta arqueando sus cejas.
-Por supuesto, Pedro. Los enviados mexicas siempre se han fijado en tu figura, y te estiman como a un hijo de su Dios-Sol. Y tú Bernardino, eres robusto y de buena presencia, pasarás por un príncipe de la Tierra Roja
-Volveremos al bajar el sol -prometió Tapia.
-Tened cuidado y no excitéis demasiado a los tenochcas! -aconsejó Malintzin.
-¡Lleváos estas Biblias! -añadió el padre Olmedo.
-Vamos, partid, apresuráos, que cuando regresen los corredores arrancaremos hacia Cholula -conluyó de despedirlos la trujamana.
Partieron al medio día los españoles con dos mil guerreros tlascaltecas de apoyo. Maseescaci iba con los corredores en la delantera. La recepción de los papas cholulanos se destacó por su pompa y amabilidad, además de contar con sahumerios más embriagadores. El único resquemor que le plantearon a Quetza (los caciques locales eran adeptos a la teoría de su retorno) lo causó la cantidad excesiva de tlascaltecas que los ayudaban. Más los ofendía en realidad la presencia insultante de Maseescaci, a quien consideraban un canalla. Igualmente, el agasajo incluyó entrega de esclavas y más atractivos presentes de Moctezuma.
Las gentilezas de los cholulanos duraron tan sólo tres días. La comida desapareció de las despensas españolas. En las calles habían instalado hoyos y albarradas para evitar las estampidas de los «bisontes» extranjeros. Los pocos papas que acudían al real se mantenían apartados, simulaban no entender a la lengua y carcajeaban destempladamente. Sus mohínes burlescos despertaron la iracundia de Alvarado. La trujamana se interpuso delante de su escopeta y abrazó el güipil del papa maledicente. Sus tetas abrumaron la cara del hechicero cholulano, y se inflamaron hasta alcanzar una redondez perfecta cuando se dirigió a don Pedro en los siguientes términos:
-Déjelo. Es Moctezuma el que los incita a proceder como lunáticos. Sólo quiere desorientarnos y meter miedo en nuestros corazones, no conviene entrar en sus jugarretas.
Cortés le dio una palmada en el trasero, invitándola a callarse.
-Díle que si nos aman, siguiendo nuestro cristianismo, nosotros no vamos a odiarles. Nos vamos para Tenochtitlán y listo.
Cortés le ordenó a Figueroa que les diese a los papas un par de chalchiuis de jade. La situación estaba muy tensa para descomprimirla con tales artilugios. Malintzin salió a buscar otros papas más adustos. Sus palabras amorosas cazaron dos que juraron proveer a los teúles de tamemes y tepuzques (morteros).
Un instante después Maseescaci llegó presuroso de su campamento y le manifestó al capitán unas murmuraciones que corrían entre los tlascaltecas.
-Mira Malinche. Mocte está muy dubitativo, pero están por sacrificar a Huitzi siete personas, cinco niños para asegurarse la victoria sobre vosotros y dos mujeres para eliminar luego a todos tus aliados. Sus huesos los exhibirán como carnada o anzuelos en sus tenduchas de pesca. Los cholulanos ya están sacando a sus mujeres y niños de sus casas. Sus tamemes acarrean fardajes y armas a los límites de la ciudad. Nosotros estamos prontos a batallar.
Malintzin se había distraído charlando con una cholulana vieja, mujer de un cacique, y no tradujo las prevenciones del Viejo. Aguilar había vuelto a purgarse. Su imprudencia al compartir nanacastes con papas locales lo condujo nuevamente a un estado calamitoso. Como consuelo, su alma se había elevado hasta surcar emociones de alta trascendencia.
-¡Tenépal! Presta atención a Maseescaci. ¿Qué haces comadreando con esa india achacosa? ¡Más vale que te haya dicho algo interesante! -reprendió Cortés a su amante.
-Es una cacica muy graciosa. Quiere que me escape con ella. Dice que a la noche acometerán el Real veinte mil mexicas, y que nos llevarán atados al palacio de Moctezuma. «Vuestra humillación será inmensa» -expresó.
Maseescaci reiteró sus palabras que equivalían bastante a las de la Vieja. El capitán apostó guardias en todas las entradas.
-Agradezco tus informaciones, gran amigo Maseescaci. Nos servirán para darles un buen escarmiento a las sucesivas acciones pérfidas de los cholulanos: les pasaremos una espléndida mano de fuego a sus caciques guerreros.
Las trompetas españolas convocaron a los cholulanos belicosos. Al principio, las escopetas dispararon al aire para luego matar a doscientos guerreros desbandados. Con extremo fingimiento, los clérigos sepultaron sus cuerpos en una ceremonia común. A ella debieron acudir los sobrevivientes de la matanza, los papas que se habían burlado de los adalides de la Empresa, embajadores de Moctezuma consternados con el poderío de Quetza, Maseescaci y otros tlascaltecas colaboradores. Luego de basamentar una iglesia, se les regaló a los papas unas Medallas Milagrosas de la Virgen. Cortés obligó a cholulanos y tlascaltecas a firmar un Acuerdo de Paz redactado por el convaleciente Aguilar. Quería participar de la típica fumata que coronaría el evento. Los cholulanos tenían un problema. Necesitaban nombrar caciques nuevos.
-Los que nos mandaban acabáis de arrojarlos a la fosa. Ahora están bajo protección de vuestras cruces. ¿Con quién firmaremos la paz? Los tlascaltecas están todos vivos -le plantearon a don Gerónimo.
Los rencores entre ambos bandos indígenas se disiparon muy lentamente. Cortés señaló al sucesor del cacicazgo de Cholula, un dientudo que rescató dos cadáveres de la fosa para ofrecerlos de banquete a los tlascaltecas. Por fin los indios prepararon sus cachimbos. Cortés les dio largas chupadas mas no alcanzó a saborear el tabaco. Una tremenda tos se apoderó de sus pulmones, atragantándolo. Los tlascaltecas lo conminaron a seguir chupando la pipa de hueso mexica.
-Es la única foma de salir del ataque. Le añadimos olioliuqui, una sustancia sagrada que agrede a los cuerpos no preparados para recibirla. Si se anima a enfrentarla, el Dios de la sustancia lo rescatará de la Muerte -dijo Maseescaci.
Peñate no atinó a impedir que el Viejo reencajara la dura punta del cachimbo en el buche del capitán. El papa pidió a Olid y Figueroa que retuvieran las extremidades convulsionadas de Quetza. A Cortés se le fugó el color del rostro. Espesos humos comenzaron a emerger de su nariz y orejas. Sus ojos se ahuecaron. Su cara semejaba un guijarro de mármol con facciones levemente dibujadas. Malintzin y Alvarado se asustaron e intentaron detener al Viejo. Apenas extrajo la pipa de su garguero, el capitán enrojeció y se le hincharon las venas.
-¡Ahora! -le indicó el papa al médico español.
Peñate tomó la posta y le surtió un té tabasquino directamente a su estómago. Cortés recuperó el aliento. Se golpeó la nuca y lanzó un brutal eructo. Después, todos los presentes respiraron aliviados. La fumata continuó su curso. Ablandados con la calma espiritual que les proveía el olioliuqui, cholulanos y tlascaltecas permutaron obsequios. Lozas de barro de maguey con pinturas diversas cedió el dientudo cholulano a la Empresa. Cortés lo nombró gobernador y lamentó no poder convidarle de su vino.
-No te preocupes, Malinche. Ya probaremos vuestros elixires -dijo el recién designado cacique.
Moctezuma, arrodillado frente a su ídolo Tezcatlipoca, príncipe del peyote y los trasmundos, oraba:
-«¿Qué hago, Tezca? He ingerido una buena dosis del cactus, he hartado mi cuerpo con yuyos visionarios pero nada se resuelve a mi favor. Desde que comenzaron los rumores de la llegada de Quetza y sus malditos teúles, todos mis súbditos se mofan de mis acciones. Los Barbudos están cada vez más cerca de nuestra ciudad. No he podido frenarlos con mi política seductora. ¿Acaso existen entes superiores a vos, a tu mágico poder para torcer la voluntad de los humanos? Mis sabios comentan que son vanos mortales. ¿Qué está fallando? Revélamelo, sugiéreme cómo debo actuar. Hasta me vienen ganas de abdicar y retirarme a la costa de Tehuantepec. Me dirijo a tí porque las últimas veces que recurrí a Huitzi las visiones que me brindó eran aterradoras, o directamente, mi mente penetró en vacíos indescifrables, sin flores ni chalchiuis, sin seres celestiales que amenizaran el periplo místico de mi consulta.
Enseguida el líder mexica escuchó la voz familiar de Tezcatlipoca:
-«Oh, mi devoto seguidor, ya padecerás empachos de sus muslos. Sus brazos y tripas saben riquísimo, satisfecho lo comprobarás. ¿Qué mejor gloria puedes darme que masacrarlos en mi honor aquí, en este tranquilo cú? Vamos, alégrate. Hasta sobrará carne extranjera para arrojarles a tus tigres y culebras adorables. Ten en cuenta que estos acontecimientos extraños y vertiginosos son característicos del fin de ciclo que estamos viviendo…».
Un papa movió el hombro del mandatario.
-Gran Mocte, unos Barbudos fueron avistados en el puente oriental. Venían vociferando sobre sus bisontes ultra-veloces. Chapotearon un rato en la laguna de Tezcoco y cuando unos taotlanis se les acercaron, tomaron sus bocas de fuego e hirieron a cuatro. Los lenguas no comprendieron sus palabras. Nuestros guerreros se dispusieron a embestirlos en el momento que su principal sacó de un bolsillo un pañuelo de género extranjero que envolvía estos diamantes torcidos. Nos los entregaron y luego partieron a todo galope -dijo, dejando las joyas falsas en la mano derecha de su emperador.
-¡Vaya! Son iguales a las que ví en mi reciente viaje de peyote -se admiró Mocte.