Exceso de tequila – Capítulo 23

El Viejo se maravilló con el arsenal de los teúles. Aprendía a apuntar una espingarda cuando arribaron los caciques con cinco distinguidas descendientes, cada una más linda que la otra. Los clérigos estaban preparando el aceite bautismal. Los soldados se regodeaban imaginando los orgasmos que podían provocarles las doncellas. Sólo los lugartenientes más encumbrados ligarían alguna. la hija de Xicotenga, el ciego, fue a parar a manos de Alvarado; la sobrina del mismo Maseescaci, un primor de tetas grandiosas, doña Elvira al rato, fue asignada a Juan Velázquez de León. Las demás, todas con dones adicionales (culos espectaculares, alhajas lustradas con ahínco, labios opulentos de putas mamadoras) se entregaron a Gonzalo de Sandoval, Alonso de Avila y Cristóbal de Olid. A la semana se celebraron los himeneos de los cinco españoles suertudos.

Asentada en la capital de Tlaxcala, la Empresa coordinó con los caciques locales la marcha a Tenochtitlán. Maseescaci le explicó a Cortés cómo guerreaban los mexicas. Sobre paños de henequén, los papas registraron las batallas que habían sostenido con Mocte. Allí se apreciaban sus poderosas tiraderas, sus brazas de cuchillas, las piedras rollizas y espadas de a dos manos. Malintzin leía con voracidad el libro de las Leyendas. El Viejo se esforzaba por narrar varias historias a la vez. Tenía muchas cosas que enseñarles a los Barbudos. Al preguntarle el padre Olmedo sobre su origen, el papa respondió que su abuelo, también papa, contaba que los Dioses los habían elegido para liquidar a una raza de Gigantes que amenazaba con arrojarlos de sus cúes.

-¡Sólo los tlascaltecas podemos vencer a los extraterrestres! -se arrogó Maseescaci.

Cortés lo escudriñó feo pero el Viejo continuó:

-¿Quieres comprobarlo?

El adivino chistó tres veces y ordenó a sus ayudantes que trajesen un zancarrón de los Gigantes.

-Ya lo verás -afirmó, dirigiéndole una mirada vacía a Cortés.

Un cuarto de hora después, tres tamemes entraron al real cargando sobre sus espaldas un fémur-monolito de enorme tamaño. Los esclavos lo pararon sobre su base redondeada. Los jefes de la Armada se acercaron y cercioráronse de la calidad del hueso.

-Vamos, capitán, anímese a tocarlo, póngase de perfil y compárese con el muslo gigantesco -lo acicateó el Viejo.

El capitán, un hombre razonable de cuerpo, era más petiso que el fémur. Los sabios y científicos de la Empresa constataron su autenticidad.

-Son verdaderos, las pruebas de este pedernal son irrefutables -aseguró Heredia, aficionado a coleccionar los huesos de quienes doblegaba en batalla.

Enseguida arribaron otros tamemes con más zancarrones impresionantes. Cortés le pidió a Maseescaci que le regale uno para enviarlo a Castilla.

-¡Esto tiene que verlo Su Majestad, el gran Señor a quien le rendiréis tributos! -exclamó la trujamana al oído del papa excitado, contento de haber sorprendido a Quetza.

Narró también Maseescaci cómo sobrevivieron a potentísimos temblores que tragaron ciudades enteras.

-En breve nuestra montaña vomitará fuego. Desde su cima se vislumbra la formidable Tenochtitlán -dijo el adivino, señalándoles el volcán que albergaba monstruos feroces, dioses duales que equilibraban virtudes y defectos.

Los clérigos estaban aturdidos con sus andanadas de predicciones.

-Este viejo es fantástico -comentó Cortés.

Maseescaci les armó un plano del palacio de Moctezuma, marcando con un signo áureo las galerías donde enterraba sus tesoros. Luego espantaron a los españoles los profusos raudales de lava que comenzó a vertir el volcán. Y enseguida la fortaleza de la Empresa se sacudió. Los corredores de campo retornaron exclamando que caía oro hirviente de las montañas. Uno traía un cascajo que había pateado hacia un arroyo. Los contadores lo revisaron con sus lupas y se asombraron de su brillo. Lo herreros opinaron que era similar al oro pero que se ablandaba más rápido al fuego. La codicia arrebató a los capitanes. Muchos se trenzaron en disputas para resolver quién iría a investigar el fenómeno al mismo volcán. El capitán escogió a Diego de Ordaz. Llevó consigo dos soldados, aguerridos escaladores, y cuatro caciques de Huexotzinco, el pueblo que más sufría las convulsiones del volcán.

-Ellos ascenderán hasta sus cúes. Después tendréis que continuar solos -adivirtió Malintzin a Ordaz.

Los tlascaltecas alertaron a Cortés:

-No lo conseguirán. Nuestra montaña escupe cenizas que corrompen la piel, pedruscos que aplastan sólidos techos. Los dioses mexicas están enojados porque os hemos recibido, y así manifiestan su deseo de venganza.

El capitán frunció el ceño y autorizó la partida del grupo. Durante el resto de la tarde, los tlascaltecas entretuvieron a los españoles con sus juegos de pelota. Maseescaci no se contuvo y se arrimó a la trujamana para que le enseñara a saludar en español. En tres horas ya se expresaba mejor que muchos soldados, tales eran las dotes magistrales de Malintzin. Cortés y los caciques, los capitanes con sus hijas, los indios de Huexotzinco que habían escapado de las llamaradas del volcán, todos bebieron demasiado mientras esperaban el regreso de Ordaz.

Los principales huexotzinqueños habían vuelto presurosos al alzarse una luna impecable, más blanca que la nieve derramada en las laderas frías de la sierra. Desde su plateado gobierno celestial imperaba sobre el real de la Armada, alumbrando a los inquietos caciques que no se habían atrevido a trepar a la boca del volcán, dándoles explicaciones a Cortés y Malintzin, quienes se balanceaban sobre la cómoda hamaca tributada por Maseescaci.

-Oímos alaridos de teúles. No deseamos ser malos agoreros, pero…

-¿Pero qué? -aguijoneó Malintzin a un huexotzinqueño.

-Pero siempre caben milagros en vuestra religión, según nos pregonó tu papa Olmedo.

Los principales presenciaron las resquebrajaduras del terreno, la apertura de cráteres colosales.

-«… como si todo lo conocido por fin reventase» -le referían los caciques a Aguilar.

Don Gerónimo había sanado, y estaba trabajando nuevamente con los letrados españoles. Maseescaci pidió a Cortés que le prestase el catalejos. Olid se lo alcanzó y el Viejo lo giró de extrañas maneras, enfocando a la luna de diversos ángulos. Finalmente lo separó de sus ojos cegatos.

-Están bien. Adquirieron un montón de potestades de las entrañas de la tierra. Llegaron al agujero superior de Nuestra Montaña, y desde unas rocas vacilantes espiaron sus abismos. Levantaron luego sus rostros y divisaron luminosos lagos que orillan poblaciones de blanquísimos edificios -presagió.

Tres escuadrones habían partido en búsqueda de Ordaz. La luna seguía ejerciendo perfectamente su dominio nocturno. Los tres osados españoles demoraron su aparición. Asomaron sus uniformes cenicientos al pastizal donde retozaba el potro de Alvarado. Su relincho reunió a todos los hombres de la Compañía. La caballada cruzó velozmente el tramo al campamento de los líderes de ambos bandos, cuya confraternidad distaba de ser sincera. Xicotenga aún soñaba con desbarbar al Barbudo-Jefe antes de aplicarle su machete de doble hoja. El capitán se proponía sembrar discordias entre Xicotenga el Ciego y Xicotenga el Joven; entre estos y Maseescaci, y luego añadir cuatro caciques más al enredo. Ordaz vino a romper el nudo de sus elucubraciones.

-Fue una experiencia fascinante. Largó fogonazos y piedras por más de dos horas. Nos cobijamos bajo un árbol de tronco robusto, y rezamos varias preces a nuestro Señor Jesucristo para que nos sacara de aquel trance. Ya andábamos confesando nuestros últimos deseos en esta vida cuando el volcán se serenó. Tomando hartos recaudos nos deslizamos hasta su cima y contemplamos su ancho orificio de un cuarto de legua de diámetro…

-Y ya sé. No me lo cuente. Divisaron Tenochtitlán, su esplendor al atardecer -interrumpió su relato Cortés.

Malintzin felicitó a Maseescaci en nombre de los capitanes. Ella le expresó sus propios vaticinios al Viejo:

-Mis amos implantarán una nueva era. Mocte se cagará hasta los pies. Tienen coraje y excelentes pensamientos, nada les falta a estos extranjeros. Son vivísimos, e impedirán las traiciones de Xicotenga.

El adivino la miró preocupado. Creía que la trujamana tenía poderes portentosos, pero sus visiones habían llegado más lejos. No eran tan vivos los españoles. El apreció claramente otros extranjeros peores que ellos. Iban a invadirlos lentamente, y nuevas razas de extranjeros invasores se multiplicarían para subyugar a sus antecesoras, ciclos de poderío y dominio que estallaban en un clataclismo final. Imágenes encadenadas de este proceso se colaron en su mente clarividente, pero no hizo más que callarse, ocultando sus certeras ensoñaciones para no desencantar a la lengua ilusa.

Ordaz sí defraudó a los contadores al desmentir que entre sus fuegos, el volcán también escupía oro.

-Los huexotzinqueños son grandes fabuladores. También nos dijeron que al aspirar sus humos, los papas se conectaban con espíritus subterráneos que les daban fórmulas secretas para agregar vida a sus cuerpos, y así había uno que había guerreado en su juventud contra los Gigantes, antiguos habitantes de Tlaxcala -dijo don Diego.

Los caciques tlascaltecas decidieron celebrar el logro de Ordaz con cuatro sacrificios. Al anunciárselo a Cortés, Malintzin se enojó y le susurró al capitán:

-A Xicotenga y los suyos se les debe dar una lección.

Aparentando intereses perversos, como el criminal que se regodea con un crimen ajeno, el capitán le dijo a Maseescaci que acudiría gustoso a la celebración.

Anfiteatro semicircular rodeado de jaulas humanas. Cientos de hombres y mujeres engordados con sebo aguardaban su hora letal, su aproximación a las aras donde los verdugos afilaban sus instrumentos. Ideal oportunidad para sablazos de piedad cristiana. Como se dijo, cuatro eran los seleccionados. El capitán realizó notorias muecas de recelo. Malintzin pataleó como una posesa, los ballesteros le apuntaron a una jaula. Tras despejarse el polvo de la explosión, el Barbudo-Jefe los riñó bien ofuscado.

-¡Estáis locos! ¿Para qué hacéis eso? ¿Qué ganáis con estos baños de sangre? -les aulló.

Alvarado se encargó de deshacer las cárceles de madera. Xicotenga maldijo a los teúles violentamente. Los presos no osaban escapar, los guerreros mostraban sus porras prontas a decapitarlos, los extranjeros no se animaban a ampararlos.

-Sálvalos, Señor -le súplico la trujamana a su amante.

Así la Empresa desbarató las fábricas de inmolados que producían los tlascaltecas con sumo entendimiento.

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