depression kid
Nunca tuve dinero pero sí una bicicleta. Había muy poco que hacer en el verano, aparte de ir en bici hasta la playa y volver. Era un trecho largo desde Los Angeles a Venice. Pero no había otra cosa para hacer. Algo importante, realmente fortalecía mis piernas. Tenía catorce años y quizás, las piernas más poderosas de Southland. Lo que hacía más excitante el viaje era tratar de acortar el tiempo que llevaba. Cada vez que superaba mi récord intentaba hacer lo mismo al día siguiente. Pedaleaba cada vez más rápido. Y estaba todo bien hasta un día soleado en que mientras le estaba dando con todo a los pedales un tipo de un coche deportivo rojo me gritó:
-Ey, tarado, mirá por dónde andás.
Lo miré. Era un viejo en un auto último modelo, fumaba un cigarrillo y tenía a una rubia a su lado, su largo pelo volando al viento.
-Andá a la mierda –le grité.
Frenó un poco su auto para andar junto a mi bici y dijo:
-¿Podés repetir lo que dijiste?
Yo lo repetí. La chica con el pelo volador lo miró y se rió.
-Ahora voy a parar y te voy a romper la cara.
-Dale, ¡hacelo!, ¡hacelo! –le grité.
Avanzó con todo hacia adelante y estacionó. Yo bajé de la bici y caminé hacia él. No tenía miedo, me sentía bárbaro. Caminé hasta el auto. Me miró desde su asiento. No salió. La chica le estaba diciendo algo. De repente arrancó el auto y disparó. Dobló a la derecha en la esquina. Yo volví a subir a la bici y comencé a pedalear. Entonces volvió, bloqueando el paso. Ví su rostro mientras me miraba. Nunca había visto tanto odio. Luego se fue por la avenida, sacado de las casillas, con su chica al lado. Seguí pedaleando. Ya no tenía apuro. Al diablo con la historia. Averigüé el teléfono del tipo y la chica de pelo largo estaba pensando en mí. Me había convertido en un hombre.