Bach, volvé

Sentado en esta vieja silla, escuchando a Bach, la música me salpica, me refresca deliciosamente. La necesito. Esta noche me siento como un hombre que retorna de la misma vieja guerra, la muerte en vida, mientras mis entrañas dicen «no de nuevo, no de nuevo, ¿luché tanto para esto?». Con frecuencia, el único escape es dormir. Bach me salva, momentáneamente.

A menudo escucho la risa de mi padre, la risa muerta del padre que rara vez reía en vida ahora se está riendo. Luego lo oigo hablar: «No te has escapado de mí. Aparezco en nuevas formas y trabajo sobre vos por medio de ellas. Me voy a asegurar que el infierno nunca termine para vos». Luego Bach vuelve. Bach, ¿no pudiste haber sido mi padre? De todos modos, hacés mi infierno soportable.

He vuelto del suicidio, del banco del parque. Fue una buena pelea pero mi padre todavía está en el mundo. Se acerca demasiado a veces, y el suicidio se desliza en mi cerebro, se sienta ahí, se sienta ahí. Tan viejo como me he vuelto y ahora no tengo paz, no tengo lugar, y ya han pasado meses desde la última vez que me reí. Ahora Bach se ha detenido y yo me siento en la vieja silla. Hombre viejo, silla vieja. Todavía tengo las paredes, todavía tengo la muerte por delante. Estoy solo pero no solitario. Todos esperamos más de lo que hay. Me siento en camiseta, pantalones cortos, chinelas.

El infierno tiene una cabeza, el infierno tiene pies y una boca, el infierno tiene pelos y nariz. El infierno gira y me rodea, y yo pienso en puentes, ventanas, edificios, calles, la última Noche de New York, un ojo en la arena, los perros, los perros, corriendo en esta habitación ahora. Ocho, nueve, muchos perros acercándose cada vez más. Los veo, espero, viejo en mis chinelas. Algo me está atravesando. El zumbido de la noche oscura y no hay risa, nunca más habrá risa.

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