Rodrigo Duterte: el mejor presidente de 2016

(Agencia Maldita Realidad)

A principio de año Rodrigo Duterte fue ungido como nuevo presidente de Filipinas. Alcalde de la agitada ciudad de Davao durante más de 20 años, su obra como político se caracterizó por la «mano dura» y la «tolerancia cero» contra los delincuentes, principalmente focalizada en el combate al narcotráfico a través de modernos «escuadrones de la muerte». Esta trayectoria le valió el apodo de «el implacable» en el plano local, y «Harry el Sucio» en las potencias de Occidente, aleladas por su ascenso al poder. Yendo a los papeles, y a la eficacia de su estrategia, Duterte puede enorgullecerse de haber convertido a una de las ciudades con mayores índices de criminalidad de Filipinas en una amena y colorida ciudad, donde los habitantes pasean sin miedo de que aparezcan motochorros por cualquier esquina, como sucede en nuestro país, o en cualquiera de Latinoamérica.  Sus originales propuestas se plasmaron en la realidad:

«Yo digo que matemos cinco criminales cada semana, en menos de un año acabaremos con todos. Por eso les digo, olvídense de los derechos humanos. A los hijos de puta criminales, asesinos, camellos (traficantes), los voy a tirar a la bahía de Manila». 

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Desfile de comparsas en carnaval de Davao

En verdad Duterte odia el crimen, y entiende que la única forma de combatirlo es convirtiéndose él en un criminal. No queda otro. Lo ve como un problema filosófico de fácil resolución. Hay hijos de puta que están haciendo mierda Filipinas y el mundo, y la manera de resolverlo es liquidándolos. Y esto se aplica tanto a nivel de una ciudad, desde una alcaldía, como en un país, siendo presidente, y finalmente en el mundo, yendo por los hijos de puta que lo gobiernan, como por ejemplo el presidente de Estados Unidos.

Duterte admite que ha matado gente pero no se ufana de ello, tampoco se arrepiente, forma parte de su ingrata labor de líder. Y le gusta generar ruido cuando de delitos sexuales se trata. Luego de tomar conocimiento de la violación de una reportera australiana en una cárcel filipina, el ahora presidente declaró que si bien le parecía repudiable el hecho, la extranjera era tan bonita que a él le hubiese gustado participar del evento. Una semana después, se separó de su mujer y aclaró que no fue por impotencia: «¿Qué se supone que haga? ¿Dejar esto colgando para siempre? Cuando tomo Viagra, se para” -sostuvo al recibir a farmacéuticos que promocionaban la píldora mágica para la falta de erección masculina. Ahora, en los mitines de su partido suelen organizarse filas de chicas que quieren llegar a ser su amante. El se ríe de ello, sabe que acuden por su carisma, por su personalidad y popularidad, y promete ser cuidadoso en la selección de la futura primera dama filipina. Hasta el presente, hay varias candidatas pero ninguna firme.

Más allá de su situación sentimental, que puede incidir en su temperamento, Duterte también ha arremetido contra la comunidad homosexual. De hecho, ha manifestado que el embajador yanqui en su país es un puto de mierda, y que lo molesta mucho. No satisfecho con esta prerrogativa, en una cumbre de presidentes asiáticos con Obama, fue directo al grano: «Usted debe ser respetuoso, y no lanzar preguntas y declaraciones. Hijo de puta, te voy a maldecir en este foro». De este modo, respondía a las críticas de Estados Unidos y la ONU a su «guerra contra el narcotráfrico», que se ha cobrado más de 6.000 vidas en su primer año de gestión.

También se filtró en la prensa internacional una anécdota relacionada con la visita de Francisco a Filipinas en 2015. Resulta que el entonces candidato tenía que tomar un avión para asistir a un mitín y por poco lo pierde a raíz del tráfico que se había formado por la presencia del papa. En ese momento, Duterte intentó llamarlo por teléfono y nunca lo logró. Quería decirle: «Papa, hijo de puta, lárgate a tu casa, no nos vuelvas a visitar».

Tampoco el presidente simpatiza con los periodistas, argumentando que el hecho de que uno sea periodista no implica que no pueda ser un hijo de puta que merece ser asesinado. Lo irritan las ínfulas de quienes lo critican y cuestionan, como Jun Pala, un periodista y político opositor asesinado por un motoquero que le disparó en la cabeza, crimen que nunca llegó a las cortes de justicia. Al respecto, Duterte manifestó:  «El ejemplo aquí es Pala. No quiero subestimar su recuerdo, pero era un horrible hijo de puta. Se lo merecía».

Durante su primer año de gobierno, Filipinas fue víctima de un atentado de Abu Sayyaf, rama asiática de Al Qaeda, que colocó una bomba en un mercado tradicional de Davao, hecho que acabó con la vida de veinte compatriotas. Su reacción fue lógica y visceral: «Si los tengo delante, puedo comer humanos. A ustedes les digo, los de Abu Sayyaf, abriré vuestros cuerpos. Dadme vinagre y sal y os comeré».

Respetando su canibalismo, mucha gente cree que las palabras altisonantes de don Rodrigo no se condicen con sus medidas y sus acciones concretas como mandatario. El apoyo masivo que viene recibiendo lo explica. Cuando uno visita Filipinas, es frecuente encontrar gente sonriente y contenta por el estado de las cosas. Nuestro corresponsal en Manila lo expresa con claridad: «En toda la historia de Filipinas no hubo un presidente que se haya ocupado tanto de la gente pobre, común y corriente, y eso es muy importante para ellos, que son la mayoría en el país».

Paralelamente al éxito obtenido en su combate al delito, Duterte ha emprendido iniciativas que contradicen su supuesta aversión a los derechos humanos. Organizó y lideró una campaña contra la violencia doméstica, incluyó a varias mujeres en su gabinete y en diversas oportunidades ha dado apoyo a las organizaciones que luchan por los derechos de igualdad de género. De este modo, sus declaraciones misóginas u homofóbicas son simplemente un modo de llamar la atención. En efecto, también ha propuesto legalizar el casamiento gay y cultiva amistad con asociaciones que defienden derechos del colectivo LGTB. Además, fue el primer gobernante filipino de la historia en incorporar a su gabinete a miembros de la etnia mora (musulmanes filipinos) y lumad (indígenas filipinos).

Y continúa nuestro corresponsal: «En contraposición a lo que sucede en casi todo el resto del planeta, su gobierno ha evitado que los pueblos indígenas sean desplazados por las actividades de minería y explotación forestal, les ha devuelto territorios ancestrales, ha puesto en marcha un sistema de irrigación gratuita para los agricultores de subsistencia, y lanzó un programa de salud universal, con chequeos y análisis gratuitos para los 20 millones de filipinos que viven en la pobreza o indigencia». Esto le ha valido un gran apoyo en las clases populares y en redes sociales, terreno que Duterte maneja con maestría, sintiéndose como pez en el agua cada vez que emite una de sus declaraciones que tanto ruido o resquemor generan en los países occidentales.

Por todo lo expuesto, y por lo que puede venir de aquí en adelante, en Maldita Realidad esperamos que en 2017 Rodrigo Duterte mantenga su comportamiento y liderazgo, y que sobre todo cumpla las promesas de desmantelar las bases militares yanquis en su país, y llegado el caso, si Donald Trump lo llega a provocar, ponerle los puntos e ir a matarlo como el hijo de puta que es.

 

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